Córdoba, Universidad y Democracia. Rostros de una misma idea
La particular convergencia de aniversarios a la que asistiremos este año es una invitación a la reflexión colectiva. Una oportunidad para pensarnos con perspectiva e imaginar nuestro futuro.
Toda conmemoración implica una mirada hacia nuestro pasado, a nuestra historia. Creo que tenemos la necesidad de celebrarnos y de redescubrir los caminos que nos trajeron hasta aquí. Al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad de hacerlo sabiendo que todo lo pasado sigue viviendo en nuestro presente de alguna manera y se proyecta necesariamente en el porvenir.
En la época que nos toca, los límites temporales aparecen más difusos que nunca. El futuro, que alguna vez fue faro lejano, hoy nos llega casi sin advertencia. Nos transforma cotidianamente y nos obliga a adaptarnos solo para cambiar nuevamente.
Quienes somos herederos de una cosmovisión que nos orientaba a buscar respuestas exclusivamente en la experiencia, hoy necesitamos desarrollar nuestra imaginación para afrontar escenarios que se nos presentan como inciertos y volátiles.
La ciudad de Córdoba encarna de algún modo estas reflexiones que se nos presentan como paradójicas. Durante toda su historia parece resistirse a todo encasillamiento permanente.
Definir a Córdoba resulta tan complejo como intentar limitar las borrosas dimensiones temporales de nuestra época. Desde su nacimiento fue un acto de rebeldía. Sin embargo, fue catalogada como adocenada y conservadora hasta que produjo procesos de transformación que tuvieron una repercusión que excedió por mucho los límites de nuestro país.
Los intentos por caratularla jalonan toda la historia de nuestra ciudad, sin embargo, parece destinada a sacudírselos de a uno. Derrota los estereotipos “con figuras de contradanza”, como Deodoro Roca le hace describir a Facundo Quiroga sus caídas frente a José María Paz.
Fue definida como realista y revolucionaria, unitaria y federalista, clerical y laica, conservadora y progresista, reaccionaria y revolucionaria. Ninguna de esas etiquetas la comprende porque Córdoba se rebela a la uniformidad. Es todo eso al mismo tiempo y en esa pluralidad encuentra algo cercano a una identidad.
La historia de nuestra Universidad, inescindible de la Ciudad desde su fundación, nos deja ejemplos de este signo particular: aquella Casa de Trejo, descritapor Sarmiento y denunciada por los reformistas como inmóvil y medieval, convivía con un torrente vital que iba floreciendo en las calles y finalmente la transformaría.
La Reforma Universitaria fue el momento en el que se presentó al mundo un movimiento intelectual, cultural y político que se gestó durante mucho tiempo y marcó para siempre el modo de ver el mundo de las generaciones posteriores.
De nuevo el carácter paradójico, la dialéctica perpetua. Aquella Córdoba monástica, criolla y provinciana alumbraba en sus calles una corriente de ideas cosmopolita, inmigrante y liberal que inspiró sucesos europeos medio siglo después.
La ubicación geográfica de la Universidad habla de esta imbricación con la Ciudad. El camino que va desde aquel trazado colonial, donde los edificios destinados a la enseñanza superior ocupaban el centro urbano, hasta la expansión actual de la presencia universitaria, que no solo impacta en innumerables puntos de Córdoba Capital, sino que se extiende a toda la provincia, cuenta una historia de crecimiento paralelo y destino común.
La propia Ciudad Universitaria, que en sus orígenes apareció aislada de la mancha urbana, hoy se encuentra asimilada totalmente al centro de Córdoba. Como si se negara a separarse de uno de sus componentes esenciales y derribara todos los obstáculos hasta abrazar a la Universidad que lleva su nombre.
Y esa interdependencia, esa identificación entre Ciudad y Universidad, explica en gran medida que Córdoba haya sufrido y resistido particularmente las tiranías. Córdoba lleva el orgullo de haber sido insumisa ante los dictadores y los autócratas. Sangró y dejó en el camino a muchos de sus hijos cada vez que nuestro país perdió la libertad.
La Democracia es el hábitat donde esta síntesis se desarrolla en toda su enorme potencia.
Será que la Democracia también rehúye de toda unanimidad, de todo intento por uniformar el pensamiento. En la pluralidad, en la discusión y en el intercambio de ideas es donde encuentra su plenitud.
Será que la Democracia en sí misma también es un equilibrio inestable entre el principio mayoritario y el derecho de cada ciudadano por más minoritaria que sea su opinión. Un delicado balance entre sus poderes y sus instituciones.
Ciudad, Universidad y Democracia son, en el caso de Córdoba, necesarias la una para la otra. Son una unidad que tenemos el deber de conservar, la responsabilidad de hacer progresar y, hoy más que nunca, la alegría de celebrar.